ENERGÍA NUCLEAR – Fritjof Capra

Fragmento extractado de EL PUNTO CRUCIAL: Ciencia, sociedad y cultura naciente de Fritjof Capra

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Al comienzo del uso «pacífico» de la energía atómica, la energía nuclear se consideraba barata, limpia y segura. Desde entonces nos hemos dado cuenta de que no posee ninguna de estas características. La construcción y el mantenimiento de las centrales nucleares requieren cada vez más inversión de capital a consecuencia de las complejas medidas de seguridad que la protesta del público ha impuesto en la industria nuclear: los accidentes nucleares han amenazado la salud y la seguridad de miles de personas, y las substancias radiactivas siguen envenenando el medio ambiente.

Los peligros que la energía nuclear supone para la salud son de naturaleza ecológica y funcionan a escala extremadamente grande, tanto en el espacio como en el tiempo. Las centrales nucleares y las instalaciones militares liberan substancias radiactivas que contaminan el medio ambiente, afectando de esta manera a todos los organismos vivientes, incluso a los seres humanos. Los efectos no son inmedia tos, sino graduales, y constantemente se están acumulando y alcanzando niveles cada vez más peligrosos. En el organismo humano, estas substancias contaminan el ambiente interno con muchas consecuencias a corto y largo plazo. El cáncer tiende a aparecer después de un período de diez a cuarenta años y en las generaciones futuras pueden manifestarse trastornos genéticos.

Muchas veces los científicos y los ingenieros no logran comprender a fondo los peligros de la energía nuclear, en parte debido a que nuestra ciencia y nuestra tecnología siempre han tenido grandes dificultades para ocuparse de conceptos ecológicos. Otro motivo es la gran complejidad de la tecnología nuclear.

Todos los responsables de su desarrollo y de sus aplicaciones —físicos, ingenieros, economistas, políticos y generales— están acostumbrados a un enfoque fragmentario y cada grupo se preocupa de unos problemas definidos sólo en parte. Con frecuencia, desconocen cómo están ligados estos problemas y como se combinan para producir un impacto total en el ecosistema mundial. Además, muchos científicos e ingenieros nucleares sufren de un profundo conflicto de intereses. La mayoría de ellos trabaja para la industria militar o para la industria nuclear, y ambas ejercen una gran influencia en ellos. Por consiguiente, los únicos expertos que pueden proporcionar un asesoramiento completo de los peligros de la energía nuclear son aquellos que no dependen del complejo militar-industrial y que son capaces de adoptar una amplia perspectiva ecológica. No resulta sorprendente que todos estos expertos casi siempre formen parte del movimiento antinuclear.

En el proceso de producir energía con combustibles nucleares, tanto los trabajadores de la industria como todo el medio ambiente se hallan contaminados con substancias radiactivas en cada etapa del «ciclo de combustión». Este ciclo comienza con la extracción, la trituración y el enriquecimiento del uranio, continúa con la fabricación de varillas de combustible y con el funcionamiento y mantenimiento del reactor, y concluye con la manipulación y el almacenamiento o la recuperación de los desechos nucleares.

Las substancias radiactivas liberadas en el ambiente en cada fase de este proceso emiten una serie de partículas —partículas alfa*, electrones o fotones— que pueden ser extremadamente energéticas, penetrando en la piel y dañando las células somáticas. Las sustancias radiactivas también se pueden ingerir en alimentos o en agua contaminada y entonces causarán daños a los órganos internos.

Cuando se consideran los peligros de la radiactividad para la salud, es importante tener en cuenta que no hay ningún nivel «seguro» de radiación, al contrario de lo que la industria nuclear quiere hacernos creer. En la actualidad, los médicos suelen estar de acuerdo en que no se puede demostrar la existencia de un nivel determinado por debajo del cual la radiación pueda considerarse inofensiva; incluso las cantidades más diminutas pueden producir mutaciones y enfermedades. En la vida cotidiana estamos expuestos continuamente a una radiación de fondo de bajo nivel que ha existido en la tierra durante millones de años y que tiene su origen en ciertas fuentes naturales presentes en las rocas, el agua y en las plantas animales. Los riesgos relacionados con esta radiación de fondo natural son inevitables, pero incrementarlos significa poner en peligro nuestra salud.

La fisión es la reacción nuclear que ocurre en un reactor. Se trata de un proceso en el que los núcleos de uranio se descomponen en fragmentos —en su mayor parte substancias radiactivas— produciendo calor y uno o dos neutrones libres. Estos neutrones son absorbidos por otros núcleos que, a su vez, se descomponen, y de este modo ponen en movimiento una reacción en cadena. En una bomba atómica esta reacción en cadena acaba en una explosión, pero en un reactor se la puede controlar con varillas de control que absorben algunos de los electrones libres. De este modo se puede regular la velocidad de fisión. El proceso de fisión libera una enorme cantidad de calor que se usa para hervir agua. El vapor que resulta de ello impulsa una turbina que genera electricidad. Un reactor nuclear, por tanto, es un aparato altamente sofisticado, carísimo y extremadamente peligroso que se usa para hervir agua.

El factor humano implicado en todas las etapas de la tecnología nuclear, utilizada con fines militares o no, hace imposible el evitar los accidentes. De estos accidentes resulta la liberación de materiales radiactivos extremadamente tóxicos en el medio ambiente. Una de las posibilidades más aterradoras es la fusión de un reactor nuclear, en cuyo caso toda la masa del uranio fundido pasaría a través del contenedor del reactor y penetraría en la tierra, desencadenando posiblemente una explosión de vapor que esparciría por todas partes materiales radiactivos mortales. Los efectos serían parecidos a los de una bomba atómica.

Miles de personas morirían inmediatamente al quedar expuestas directamente a la radiación; en dos o tres semanas habría más muertes a consecuencia de graves enfermedades producidas por la radiación; y vastas zonas de terreno quedarían contaminadas y serían inhabitables durante miles de años.

Ya han ocurrido muchos accidentes nucleares, y muchas veces ha faltado poco para que ocurriesen catástrofes graves. El accidente de la central nuclear de Three Mile Island cerca de Harrisburg, Pennsylvania, en el que la salud y la seguridad de cientos de miles de personas se vió amenazada, sigue estando muy presente en nuestra memoria. Menos conocidos, pero no por ello menos espantosos, son los accidentes en los que intervienen armas nucleares, accidentes que se hacen cada vez más frecuentes debido al aumento del número y de la capacidad de estas armas. Antes de 1968 habían tenido lugar más de treinta accidentes de importancia en los que armas nucleares norteamericanas habían estado a punto de explotar. Uno de los más serios ocurrió en 1961, cuando se lanzó una bomba atómica por equivocación sobre Goldsboro, Carolina del Norte, y cinco de sus seis dispositivos de seguridad no funcionaron. El único dispositivo de seguridad que funcionó nos salvó de una explosión termonuclear de veinticuatro millones de toneladas de TNT, una explosión mil veces más potente que la de Nagasaki y, de hecho, más fuerte que la combinación de todas las explosiones en todas las guerras de la humanidad. Varias de estas bombas de veinticuatro millones de toneladas de TNT han sido lanzadas accidentalmente sobre Europa, los Estados Unidos, y otras partes del inundo, y estos accidentes se repetirán con una frecuencia cada vez mayor mientras más y más países construyan armas nucleares, probablemente con dispositivos de seguridad mucho menos sofisticados.

Otro problema de capital importancia relacionado con la energía nuclear es la eliminación de los desechos nucleares. Cada reactor produce anualmente toneladas de desechos radiactivos que mantienen su toxicidad durante miles de años. El plutonio, el más peligroso de todos, es también el de más larga vida: sigue siendo tóxico durante al menos 500.000 años (El período del plutonio (Pu-239), esto es, el tiempo que tarde la desintegración progresiva de la mitad de una cantidad dada es de 24.400 años. Esto significa que si un gramo de plutonio es liberado en el medio ambiente, después de 500.000 años quedará aproximadamente un millonésimo de gramo, una cantidad diminuta pero aún tóxica). Es difícil imaginar la enorme duración de este espacio de tiempo, que supera con mucho la duración a que estamos acostumbrados en nuestras propias vidas, o en el ámbito de la vida de una sociedad, de un país o de una civilización. Medio millón de años, como indica el gráfico siguiente, es más de cien veces el tiempo de toda la historia documentada. Es un espacio de tiempo cincuenta veces más largo que el tiempo transcurrido desde el período glacial hasta hoy, y diez veces más largo que toda nuestra existencia como seres humanos con las características físicas que poseemos actualmente. Este es el espacio de tiempo durante el que el plutonio ha de permanecer aislado del medio ambiente. ¿Qué derecho moral tenemos para dejar una herencia tan terrible a miles y miles de generaciones?

Ninguna tecnología humana puede crear contenedores que duren un tiempo casi infinito. De hecho, no se ha descubierto ningún método seguro para destruir o almacenar los desechos radiactivos, pese a los millones de dólares gastados en las tres décadas que duran las investigaciones. Varios escapes y accidentes han demostrado los defectos de todos los dispositivos de seguridad actuales. Mientras tanto, los desechos radiactivos se siguen acumulando. La industria nuclear prevé que antes del año 2000 habrá un total de 575 millones de litros de desechos intensamente radiactivos, de «alto nivel» y, sí bien las cantidades exactas de desechos radiactivos militares se mantienen en secreto, es de suponer que sean muy superiores a los producidos por los reactores industriales.

El plutonio, llamado así por Plutón, dios Griego de los infiernos, es con mucho el más mortal de todos los desechos nucleares. En cantidades inferiores a una millonésima de gramo —una dosis invisible— es carcinógeno; menos de medio kilo, distribuido uniformemente, podría engendrar un cáncer de pulmón en todos los habitantes del mundo. En vista de ello, es realmente terrorífico saber que cada reactor comercial produce anualmente entre 180 y 230 kilos de plutonio. Además, toneladas de plutonio se transportan normalmente en las carreteras, los ferrocarriles y aeropuertos de los Estados Unidos.

Una vez creado, el plutonio tiene que permanecer aislado del ambiente prácticamente para siempre, pues incluso las cantidades más diminutas lo contaminarían durante miles de años. Es importante darse cuenta de que el plutonio no desaparece con la muerte de un organismo contaminado. Un animal muerto de contaminación radiactiva, por ejemplo, puede ser comido por otro animal, o puede descomponerse y pudrirse, y sus cenizas serán esparcidas por el viento. De todas maneras el plutonio permanecerá en el ambiente y seguirá su actividad sin cesar, pasando de un organismo a otro, durante medio millón de años.

Al no haber ninguna tecnología que sea segura al ciento por ciento, una parte de plutonio queda liberada inevitablemente durante el proceso de tratamiento. Se ha estimado que, si la industria nuclear norteamericana se expande según las previsiones realizadas en 1975 y si logra retener el plutonio con una eficacia del 99, 99 por ciento —lo que sería casi un milagro— sería responsable de 500.000 casos terminales de cáncer de pulmón al año durante los veinte años siguientes al año 2020. Esto equivale a un aumento del 25 por ciento en el índice de mortalidad total de los Estados Unidos. En vista de estas estimaciones, es difícil comprender cómo puede alguien afirmar que la energía nuclear es una fuente de energía segura.

La energía nuclear crea también otros problemas y riesgos. Entre ellos figuran el problema aún no resuelto de cómo se ha de desarmar o «poner fuera de servicio» un reactor nuclear al final de su vida útil; la creación de reactores de «reproducción rápida» que utilizan el plutonio como combustible y son mucho más peligrosos todavía que los reactores comerciales ordinarios; la amenaza del terrorismo nuclear y la consiguiente pérdida de los derechos civiles elementales en una «economía del plutonio» totalitaria; y las desastrosas consecuencias económicas engendradas por el uso de la energía nuclear como fuente de energía altamente centralizada, que requiere un uso intensivo de capital y de tecnología. El impacto total de las amenazas sin precedentes que supone el uso de la tecnología nuclear demuestra claramente a todos que dicha energía es poco segura, cara, irresponsable e inmortal; en resumen: totalmente inaceptable.

Si las pruebas en contra de la energía nuclear son tan convincentes ¿por qué, entonces, se sigue promocionando tanto la tecnología nuclear? La verdadera razón es la obsesión por el poder. De todas las fuentes de energía disponibles, la energía nuclear es la única que conduce a una mayor concentración de poder político y económico en manos de una pequeña élite. En virtud de su complejidad tecnológica requiere unas instituciones extremadamente centralizadas y, a causa de sus aspectos militares, se presta a un secreto excesivo y a un acentuado uso del poder policial. Los distintos protagonistas de la economía nuclear —los servicios, los fabricantes de reactores, y las empresas de energía— se benefician de una fuente de energía muy centralizada y que requiere una fuerte inversión de capital. Sus partidarios han invertido miles de millones de dólares en tecnología nuclear y siguen fomentándola enérgicamente a pesar de que sus riesgos y problemas se hacen cada vez más evidentes. No están dispuestos a abandonar esta tecnología, ni siquiera cuando se ven obligados a pedir el subsidio de los contribuyentes y a emplear una gran fuerza policial para protegerla. En palabras de Ralph Nader, la tecnología nuclear se ha vuelto, en muchos aspectos, el «Vietnam tecnológico» de los Estados Unidos14.perspectiva…que tenga en cuenta las raíces de la actual escasez de energía y sus conexiones con los otros problemas críticos con los que hoy nos enfrentamos. Tal perspectiva pondría en evidencia algo que a primera vista puede parecer una paradoja: lo que necesitamos para resolver la crisis energética no es más energía, sino menos energía. Nuestras crecientes necesidades de energía reflejan la expansión general de nuestros sistemas económicos y tecnológicos; su causa radica en los modelos de crecimiento no diferenciado que agotan nuestros recursos naturales y contribuyen en gran medida a los numerosos síntomas de malestar individual y social. Por consiguiente, la energía es un importante parámetro del equilibrio social y ecológico. En nuestra situación actual, extremadamente desequilibrada, más energía no resolvería nuestros problemas, sino que, por el contrario, los empeoraría. No sólo aceleraría el agotamiento de nuestros minerales y metales, de nuestros bosques y de nuestras reservas ícticas, sino que también acarrearía más contaminación, más envenenamientos químicos, más injusticia social, más cáncer y más delictividad. Para superar nuestra polifacética crisis no necesitamos más energía, sino una profunda modificación de nuestros valores, actitudes y modos de vida.

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