EL PARADIGMA DOMINANTE

 

La Argentina Deforestada

Analizar la evolución de las ideas que definieron los procesos de deforestación en Argentina nos obliga a remontándonos a la Inglaterra de mediados del siglo XVIII, período en el que se produjo un fundamental punto de inflexión en materia de organización de la producción: el desarrollo y aplicación de la máquina de émbolo a vapor, que desató la mecanización industrial, dando inicio a la Primera Revolución Industrial. Por primera vez en toda la historia de la humanidad, se asistía a la sustitución de la energía de los seres vivos (animales y hombres) como componente predominante del aporte energético a la producción. Europa en general y particularmente Inglaterra afianzaban su hegemonía mundial y se instalaba una visión “europea” del mundo, compuesta por muchas tradiciones distintas: filosóficas, religiosas y científicas. Esta visión se caracterizaba por considerar que los seres humanos se situaban en una posición especial, por encima de un “mundo natural” independiente, que ellos podían explotar impunemente.

El pensamiento científico dominante, basado en modos reduccionistas, puso énfasis sobre la observación y la comprensión de partes del sistema, en lugar de fijarse en el todo. El progreso, con los niveles de consumo material y con la mayor capacidad para alterar el mundo natural, quedó indisolublemente asociado con el crecimiento económico. Este paradigma contribuyó a dar una autojustificación intelectual a la acción sobre el mundo natural y al modo en que las sociedades fueron adaptadas a sus propios fines y a cómo explotaron los recursos naturales del mundo.

Si bien el pensamiento religioso y filosófico occidental influyó sobre la visión del mundo, en los últimos 250 años, el crecimiento de una disciplina: la economía, introdujo un nuevo y potente elemento.

Bajo el influjo de las ideas de Adam Smith[1] , los economistas concentraron gran parte de su esfuerzo en el estudio de la organización de la producción, en cómo interactuaban los diversos factores responsables de ella (tierra, trabajo y capital). No obstante el consenso general a favor a estas ideas, la economía clásica encerraba una falla fundamental, al igual que los sistemas modernos derivados de ella: todas ignoraban el problema del agotamiento de los recursos.

La economía clásica asumía, desafiando toda lógica, que los recursos (en lo que se refiere a materiales y energía) eran inagotables, que el crecimiento en el nivel global de la economía podía continuar eternamente y que la sustitución de un material o una forma de energía por otra podía continuar indefinidamente, aún cuando en la realidad las reservas totales fueran limitadas.

De esta forma se fue forjando un paradigma económico capaz de justificar el modo de intervención del hombre en los entornos naturales, la forma de apropiación de los recursos naturales y los modos de consumo. Se instaló entonces un modelo económico y productivo caracterizado por una constante necesidad de crecimiento cuantitativo, totalmente desvinculado de las consecuencias, tanto internas (sociales, económicas y políticas) como externas (agotamiento de recursos e impacto sobre el ambiente) que esa expansión comportaba. Este modelo, cuyas demandas superaban el rendimiento sostenible de los ecosistemas, inevitablemente estaba llamado a destruir sus propios sistemas de apoyo, al consumir con aceleración creciente su dotación de capital natural, con lo cual comenzaba a desafiar su propia lógica. Lejos de valorar al capital natural – el mundo biológico – cuyos recursos y servicios de los ecosistemas hacen posible toda la vida y obviamente posibilitan las actividades económicas, el modelo optaba por su liquidación. Pero no se trataba de una opción explícita, sino que la liquidación del capital natural obedecía a las inevitables consecuencias de la aplicación de principios básicos del paradigma dominante[2]. Su problema fue la falta de reconocimiento de la dependencia básica de la economía humana sobre un vasto campo de recursos biológicos y físicos, para obtener materiales, energía y alimentos.

La gran paradoja de la economía es que:

“…el valor se genera creando escasez; degradando los recursos se aumenta su valor medible, pero esto usualmente lesiona a la gente, a la economía y al funcionamiento de los ecosistemas en los cuales ellos descansan.   Esta paradoja resulta de una estrecha definición de eficiencia dentro de la moderna teoría económica del valor de intercambio: solo los recursos que son considerados escasos deben ser usados eficientemente, de esta forma los ítems no escasos, inexorablemente llegan a serlo y por lo tanto valiosos.”[3]

Con tal andamiaje ideológico se instaló entonces un patrón civilizatorio en cuyo pináculo se situaron las potencias industriales, esencialmente depredadoras, sostenidas sobre las ruinas de las sociedades rurales del vasto mundo colonial y las cenizas de una naturaleza avasallada.

Los axiomas resultantes de este proceso histórico fueron: el fundamentalismo de mercado, el darwinismo social, el consumismo, la ilusión Neolítica[4] y el militarismo. En el campo de las ideas, ellos validaron el accionar colonialista europeo, el desarrollo de las “economías de enclave”[5] y la imposición de modelos agro-exportadores.

[1]                     Adam Smith, considerado ahora como el fundador de la economía moderna, sostenía que los individuos que actuaban en su propio interés (como productores o consumidores) buscando mayor riqueza, pero regulados por la competencia entre ellos, producían el resultado más beneficioso para el conjunto de la sociedad. Postulaba que a través de la inversión, la mayor productividad y la acumulación de riqueza individual, la sociedad lograba un proceso de continua mejora; por ello el progreso resultaba inevitable y la mejora de la sociedad era equivalente a la producción de riqueza material. Todo lo cual indicaba que la producción de bienes constituía el centro de la economía.

[2]                     Así por ejemplo, un principio básico quedaba comprendido por la «Teoría del Valor» que postulaba que solo lo escaso tenía valor económico. Como lógica consecuencia, ella directamente conducía al «Principio de la escasez» por el cual la demanda de los individuos en cuanto a bienes siempre debía superar la oferta disponible de estos. Principio que modeló la “Ideología de la escasez” que incluía en su modelación de la realidad sólo lo escaso, excluía de la realidad lo no escaso y generaba amplias zonas de invisibilidad, con lo cual su acción era la de colonizar lo abundante transformándolo en escaso, haciéndolo así económicamente visible.

[3]                     Colby, Michael E., “Environmental management in development: the evolution of paradigms”, World Bank Discussion Papers Nº 80, Washington, D.C., World Bank, 1990.

[4]                     Emerge a fines del siglo XIX con las ideas de Herbert Spencer y William Summer quienes extendieron las teorías del naturalista inglés Charles Darwin sobre la evolución de las especies por medio de la selección natural a la evolución social de la humanidad, incorporando a nivel social el concepto de supremacía del más apto, conduciendo a la negación de la solidaridad dentro de la especie y la ayuda mutua (paradójicamente tan común en la naturaleza), estimulando la agresividad en la conducta del ser humano, transformándolo de hermano en enemigo y rival de sus semejantes.

[5]                     Silvia Simois de Bayon caracteriza a las “economías de enclave” como: …aquellas que se localizan en determinadas regiones, explotando intensamente un solo producto mientras dura la demanda del mercado, utilizando mano de obra explotada y barata. Al finalizar la demanda deja poco o nulo provecho para el país donde se desarrolla, pues no existe reinversión ni diversificación de la economía, ni genera un mercado regional de producción y consumo. Las ganancias contribuyen al crecimiento de las fortunas personales de los productores, mientras el Estado tiene escasa o ninguna intervención más allá de la captación de ingresos fiscales.

La Argentina Deforestada

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